Tras el cierre del décimo tercer Festival Iberoamericano de teatro se impone el consiguiente balance sobre lo que pasó.
Hay que decir en primer lugar que cada nuevo festival es como una pica en Flandes, o mejor dicho, como un peldaño que tiende a garantizar un futuro que, por desgracia, las empresas culturales casi nunca tienen asegurado en Colombia. Si bien es cierto que el certamen hace parte de un patrimonio indiscutible hay que preguntarse ¿cuantos patrimonios han desaparecido sin que a nadie parezca importarle mucho, aparte de unos cuantos románticos? Acaso, ¿no se demolió de forma inmisericorde, y en el gobierno aparentemente más culto de la historia -Eduardo Santos y Germán Arciniegas como ministro de educación- el claustro y la iglesia de Santo Domingo en pleno centro de Bogotá? ¿No se desguazó la Orquesta sinfónica de Colombia y luego se recostruyó con criterios equivocos que apenas hasta el último ministerio se han corregido?. Ejemplos hay muchos y no se puede cantar victoria, aunque sea preciso reconocer que, volviendo al caso el Festival, trece ediciones implican una cierta certidumbre o cuando menos una mayor madurez.
No tengo claro, habida cuenta de algunos comentarios oidos al desgaire, si tuve mucha suerte en la selección de obras o si, más bien, lo compacto de la edición de este año le vino muy bien al Festival en términos de calidad. Tiendo a pensar que ocurrió esto último. Tengo la sensación de que el nivel fue mucho más homogéneo sin saltos bruscos en lo que se refiere a un nivel y aunque, claro está, hubo propuestas excepcionales y algún lunar muy dificil de precir, como la pésima y sobreactuada lectura de los textos de Poe propuesta por el director Calixto Bieito, se mantuvo una tendencia a presentar productos de niveles en general similares cuyas caractéristicas merecieron la aprobación tanto general como crítica. Lo anterior pone una vez más de presente que menos, como se dice, suele ser más y que acaso este sea el tamaño ideal de un evento que, en estas dimensiones, deja sastifecho aunque no ahito.
Aún hay que tener cuidado con algunos aspectos de la organización. Aunque es evidente que cuidar minucias es una tarea de titanes, no pueden faltar por ejemplo los programas que, en mi caso, no estuvieron listos por lo menos en tres de las 15 funciones a las que asistí. Una cifra, porcentualmente hablando, demasiado alta. Lo mismo aplica para las traduccciones: a menudo se caían los sobretítulos y en algunas obras, según informaciones que me llegaron, como en Rock and Roll y el primer día de Peer Gynt fueron un absoluto desastre. Es cierto que las traducciones dependen en muchos casos de la propias compañías, pero cuando hay problemas es inevitable que se le eche el muerto al Festival, así que, en el futuro, cuidado con esos detalles que no son pecatas minutas sino que se convierten en faltas graves para el publico.
Para concluir hay que insistir en un tema que tiene que ser claro tanto para los públicos que, sobre todo en la recta final, abarrotaron los teatros, para la opinión pública y para el estado: el Íberoamericano es, gústele a quien le guste, el patrimonio cultural acaso más importante de la ciudad. Es preciso defenderlo a toda consta, crearle leyes que lo garanticen y disposiciones en lo distrital que además de protegerlo establezcan los mecanismos necesarios para que sobreviva y se afiance. Y mientras cae lentamente el telón, además de las felicitaciones imprescindibles para Ana Marta Pizarro, un recuerdo emocionado y la eterna gratitud para aquella mujer, cuya sonrisa seguirá echándose de menos a perpetuidad en la penumbra de las salas, en el desfile inaugural y en la trasescena del evento, para Fany Mikey.
mi querido fernando. a dio lo que es de dios. ajustado comentario como siempre pero de lo unico que disiento es de los teatros abarrotados. La percepción fue de un 70% aproximado de ocupación, contrario a otras ediciones de aforos casi al 100%. será bueno preguntar a la organización por esos detalles y esperar la verdad completa y no a medias o maquillada de azul turquesa.
ResponderEliminarDaniel Castro
Querido Daniel:
EliminarDe hecho hacia el final el festival a mi me tocaron los teatros ya muy llenos y con bokletria agotada. Tal fue el caso, por ejemplo, de 1984 y de Julio Cesar. Claro esta que al principio y en l segmento medio la cuestión no fue propiamente de boletas agotadas. Te mando un abrazo, F. Toledo