La poética y a la vez trágica muestra de la talentosa artista Noemí Pérez pone el dedo en una llaga de la realidad nacional y vapulea al observador.
En ese espacio tan sui generis y contemporaneo de la galería NC arte, frente a las torres del parque en el barrio de La Macarena, bajo el sugerente título de "Catatumbo" y con una agudeza que acaso le nace de la entraña, Noemí tiene el prurito de plantarse sobre una realidad, nada ajena a nuestro alrededor, a través de la explotación del carbón -acaso el más simple de los hidrocarburos y a la vez tan notorio como lo evidencian los alrededores de Santa Marta- y de esa metáfora que se origina, entre otras zonas del país, en una región de donde ella es oriunda.
La pieza central de la propuesta, una instalación que conmueve y a la vez sobrecoge, plantea la tragedia que se cierne alrededor de la explotación de los recursos naturales. En ella, como en una pavorosa visión que no es nada lejana de la realidad, se establece, en un circulo vicioso de perversidad sin límites, la contradicción de una prosperidad arrasada por la misma depredación que ayudó a erigirla. A través de la alegoría de una montaña de carbón erizada por cientos de edificios hechos de la misma materia, que recibe al espectador en la primera planta de la galería y que intimida por sus proporciones como si fuera el aviso inefable de un inminente juicio final, se pregona el derrumbe del esplendor consumista y la ineludible decadencia de una civilización que, tal vez, ha dejado de serlo.
Varias piezas complementarias, edificaciones de grafito airosas como si desafiaran a los elementos y referencias a las minas de carbón colombianas, rodeadas de una poesía trágica y envueltas en esa grisalla que plantea el desangre del planeta, complementan en el segundo piso de la galería la instalación, y contribuyen a establecer una atmósfera caótica que, por desgracia, parece cada vez menos lejana y que de ninguna manera es fruto de una imaginación calenturienta. Es preciso destacar la visión sobria y pertinente del curador Jose Alejandro Restrepo que constribuye a subrayar el dramatismo de toda la muestra.
Intimidación, miedo, admiración y sobre todo una enorme emoción sugerida por el talento crítico de una mujer que ha venido dando cada vez pasos más certeros en la construción de una obra sólida y analítica como pocas, son las sensaciones con las que sale el espectador de una exposición que nadie debería dejar de ver y que tanto por el contenido como por la forma se convierte en una suerte de performance de lo apocalíptico.
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