miércoles, 14 de marzo de 2012

Sobre el ballet de Biarritz

La protagonista de las presentaciones en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo del Malandain Ballet de Biarritz fue la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, salvo los desafines por las zonas de las cuerdas y de los cobres que hay que corregir.
 De hecho, la intención y la búsqueda de matices del director alemán Andreas Schüller, subrayadas por la calidad acústica del foso, consiguieron enganchar al público y producir un entusiasmo que, acaso, no hubiera tenido apenas asidero en lo que ocurrió en el escenario por un concepto coreográfico repetitivo y hasta cierto punto carente de imaginación.


En la primera parte del espectáculo, que gira entorno a fragmentos de algunos de los conciertos para piano de Wolfgang Amadeus Mozart, hay que destacar la lectura de sutilezas y refinamientos sonoros que realizaron tanto la orquesta como el pianista residente de la misma Sergei Schikov, a pesar de la dificultad de saltar de una a otra página musical sin apenas solución de continuidad. En lo visual este primer acto resultó ser el de mayor nivel por la intención de forjar un relato, con la acertada mezcla de la ponderación de la danza clásica con una estética más contemporánea, y por la participación solista de los principales bailarines de la compañía, a pesar de la obviedad de relacionar cinco parejas con la utilización de cinco movimientos de cinco conciertos.


De escaso interés resultó el maravilloso ballet “ El Amor Brujo” del gaditano Manuel de Falla, donde retumbaron los errores instrumentales, incluido algún desafine de la cuerda y de los cobres, y se sintió por momentos un cierto apelmazamiento orquestal. A su turno, el bosquejo sin razón de una coreografía reiterativa, de rebuscado corte expresionista y sin la coherencia narrativa que exige la historia, opacó la interpretación visual de una de las páginas más elocuentes de la literatura dancística española. Por otra parte, la “cantaora” Antonia Contreras, cuyo registro no corresponde al de mezzosoprano que exige el autor ni encuadra con el clásico color del cante flamenco, contribuyó a deslucir el resultado.


Hay que destacar, para finalizar, que la efectista lectura que hizo la Sinfónica del archiconocido Bolero de Maurice Ravel mantuvo en vilo al auditorio y le sirvió de contrapunto a un desarrollo escénico cuyos hilos conductores fueron la reiteración y, por lo tanto, la monotonía. Valga, no obstante, aplaudir que por fin en el país, gracias a una agrupación como la Sinfónica Nacional, las presentaciones de las compañías de Ballet de visita se realizan con orquesta en vivo y no con grabaciones que, en todo caso, desvirtúan la esencia del género.

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