Por momentos la soledad invade el escenario
32 rue Vandenbranden, o 2312 Oak Creek, o cualquier parqueadero de casas móviles, o carrera 17 con calle 22 ¿qué más dá? o al menos eso pretende demostrar la compañía Peeping Ton de Bruselas en un bello espectáculo al que, sin embargo, parece faltarle algo...
No hay duda de que se trata de una propuesta conmovedora. Cinco bailarines, dos actrices locales que pasan por el escenario menos de un minuto, y una mezzosoprano cuyas interpretaciones incluyen la "Casta diva" de la Norma de Bellini y piezas mucho más modernas, interactúan a lo largo de casi hora y media para poner de presente que el desierto galcial del escenario de la Sala León de Greiff de la Universidad Nacional, es apenas un símbolo de lo que son las relaciones entre las personas que, a menudo, cohabitan en las mismas coordenadas. Es inevitable, en el caleidoscopio de un complejo abanico de situaciones y de circunstacias, a veces vertiginosas y por momentos como detenidas en el tiempo, que la memoria del espectador no pare de evocar, tal vez por una obvia asociación con la exploración de la soledad, "El Grito" la obra del noruego Eduard Munch que es un paradigma del expresionismo.
Si hubiera que resumir en una frase la característica principal de la obra belga que participa en Iberoamericano de Teatro tendría, por fuerza que hablarse de la extraordinaria versatilidad de los bailarines-actores, o de los actores-bailarines, por una gestualidad corporal de un talante que parece imposible y que, en todo caso, es descomunal. Contorsiones, agilidad a toda prueba, verderos retos a las leyes de la gravedad y una plasticidad casi acrobática se convierten en los ejes de una pieza que, con el ritmo de una banda sonora trepidante, bucea sin concesiones en muchos, quizá demasiados, de los aspectos más dramáticos de la contemporaneidad, para llevar a los espectadores a inmiscuirse, como si fueran voyeristas que espían por las ventanas de lo intimo, en las coordenadas existencialistas de unos individuos que, salvo en algunos momentos, parcen relacionarse entre si más por la fuerza de la costumbre que por la determinación o el deseo.
La violecia de género, la crueldad, el aborto, la discriminación y sobre todo la ambigüedad del erotismo y del amor hacen parte de los hábitos vitales del grupo humano que, con una eviente función alegórica, desfila por el palco escenico y cuyo hedonismo parece no existir salvo en los instantes en que la nieve, metáfora de la frialdad y del desapego, admite un juguetéo que se rompe de manera tajante para regresar enseguida a los ámbitos de una tensión dramática que no da tregua. Con una poesía desgarradora y que surge de cada movimiento como parte de la narración, la obra, dirigida por una argentina y un francés e interpretada por un grupo multiracial que encarna las circunstacias de la nueva sociedad europea, tiene la virtud de realizar una exploración sobre la danza contemporanea que va más allá de lo convencional para encontrar un sinfín de posibilidades y mantener en vilo al auditorio. Acaso lo único que le falta al desarrollo, los cinco centavitos, sea una mayor contemporaneidad en la propuesta visual que por el acento conservador de toda la puesta, y a pesar de la maestría de una expresividad corporal casi increible, no puede evitar que parezca deja vu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario